El vitíligo es una enfermedad de la piel que se manifiesta con manchas de color blanco. Se considera erróneamente una enfermedad “de tipo estético”, que no incide en otros órganos vitales del cuerpo humano y no limita la expectativa de vida. Sin embargo, en realidad, se trata de una patología con los más bajos índices de calidad de vida. De hecho, el impacto psicológico suele ser devastador en los pacientes, que se sienten discriminados y objeto de burla, desconfianza y repulsión, y tienden a ocultar las manchas con indumentos, correctores o autobronceadores. Precisamente por este motivo, además de la frecuente convicción de que “no existe un tratamiento”, muchos renuncian a emprender un programa terapéutico, y esto hace que la incidencia de la patología en la población sea altamente subestimada.

Existen dos formas de vitíligo: no-segmentaria y segmentaria.
La forma no-segmentaria es la más difundida en el mundo: en la mayoría de los casos se localiza en el rostro, las manos y los pies, los codos, las rodillas y el tronco. Puede afectar también la piel cubierta por cabello o vello, con el consiguiente emblanquecimiento del bulbo pilífero.
La forma segmentaria es más inusual: afecta una sola zona del cuerpo, de un solo lado y de manera estable, sin ninguna tendencia a la progresión.

La dificultad para identificar una terapia resolutiva, unida al fuerte malestar causado por el vitíligo, lleva a muchos pacientes a la continua y exasperada búsqueda de terapias “alternativas”, a menudo muy fantasiosas pero poco o nada eficaces.
Lamentablemente, el coste del tratamiento del vitíligo corre por cuenta del paciente. Precisamente por el hecho de que se la considera una enfermedad de efectos “estéticos”, el vitíligo no es totalmente reconocido por el sistema sanitario nacional: los pacientes tienen acceso, como máximo, a sesiones de fototerapia (aunque no en todas las regiones de Italia) y a alguna crema con corticosteroides. También esto lleva a muchos pacientes a renunciar a los tratamientos.